lunes, 9 de abril de 2012

4x06 NOÉ


Priviuslí, en El mundo al revés: Noé fue cura de la congregación valenciana de los Discípulos de Asir donde iba Osi con sus madres, pero más tarde se radicalizó y decidió pasar a la acción, formando una banda que atentaba contra objetivos relacionados con el colectivo heterosexual. Además, el año pasado destruyeron las instalaciones de sus enemigos, los Siervos de Suty, para recuperar lo que era suyo. Entre lo cual, Noé se quedó con un “arma” que necesitaba entrenar y que le haría saber la verdad sobre la muerte de su novio Israel, que resultó malherido durante esta operación y no fue atendido por Ada en el hospital para salvarle la vida.

El Consejo es la autoridad máxima de los Discípulos de Asir y es ante los cuales responde Noé.

Efrén descubrió a Noé como líder de los terroristas, pero no puede confesar a la policía porque lo han amenazado con matar a su marido Zac y a su hijo. Efrén tiene un hermano que se llama Romeo estudiando en un internado.




Pleno mes de marzo y la plaza del Ayuntamiento de Valencia estaba abarrotada de gente. La multitud, formada tanto por valencianos como por miles de turistas que visitaban la ciudad por esas fechas, estaba esperando a que se pronunciaran las palabras que daban comienzo al espectáculo. La megafonía se encendió y la Fallera Mayor, desde el balcón del Ayuntamiento, dio permiso para empezar, a las dos en punto del mediodía.

«Senyor pirotècnic, pot començar la mascletà (Señor pirotécnico, puede empezar la mascletà)»

La pólvora empezó a retumbar en los tímpanos de los asistentes en una rítmica danza que hace disfrutar con el vibrar de todo el cuerpo. La multitud miraba atenta hacia arriba y algunos niños pequeños, que posiblemente presenciaban su primera mascletà, lloraban de miedo. Sus padres los tranquilizaban a la vez que se reían y les decían que abriesen la boca, para evitar problemas auditivos. Después de minutos de acordes retumbantes en la esfera azul, el ritmo se empezó a acelerar, anunciando que se acercaba el estruendo final. Pero además del bombardeado cielo, otras explosiones se empezaron a escuchar entre el público. Seguido de gritos y alarmas de algunos establecimientos, un par de estallidos lanzaron a decenas de personas por los aires, aunque cuando cayeron ya solo eran partes de ellas.

Todo el mundo empezó a correr hacia todas partes y el ya de por sí caos se convirtió en una marabunta de gente chocándose entre sí. Nadie paraba. Si alguien caía al suelo le pasaban por encima. La mascletà seguía en su tramo final, pero los gritos de las personas quedaban ahogados ante tal fragor. Desde las alturas se podía ver una gran zona donde no había movimiento, porque estaba repleta de cuerpos yaciendo en el suelo. Pero toda la otra parte de la plaza ni se había enterado de lo que estaba pasando.

—¿Será que ha caído un petardo allí al medio? —le decía una señora a otra mientras lo daban todo intentando escapar.

De entre la multitud apareció Noé a contracorriente de todos. Caminando con seguridad y sacándose una pistola de la espalda, se acercó a la zona donde aún quedaban personas agonizando en el suelo. Se agachó y le puso la pistola en la frente a un chico.

—No me mates, por favor. Te lo ruego —le suplicó desde el suelo y ensangrentado.

NOÉ: Te he visto besando a una mujer. Siempre os ponéis en el mismo sitio en las mascletàs. Maldito desviado.

Apretó el gatillo sin dudarlo un momento y no le hizo falta ni usar un silenciador, ya que el alboroto general sumado al apoteósico desenlace lo encubrían. Noé se limpió el arma y empezó a arrastrar a otro hombre que estaba en el suelo y que parecía consciente. El trágico panorama de muerte y desolación contrastaban con los aplausos y el jolgorio de los espectadores del otro lado, que celebraban el término de la mascletà, ajenos a lo que estaba pasando.

Pronto apareció un hombre muy corpulento y calvo con perilla, y entre la confusión de la gente que seguía corriendo, ayudó a Noé a meter a aquel hombre en una furgoneta que tenían aparcada en un callejón asiduo. Lo ataron y lo amordazaron, ya apartados de la multitud, cerraron las puertas y se fueron de allí.

—Una gran operación —proclamaba contento el hombre que parecía un rinoceronte—. Con esas bombas nos hemos quitado a uno cuantos fabricaniños de encima. Deberían de morir todos…

NOÉ: Sin duda, señor —se miraba en el espejo retrovisor y no se le había movido ni un pelo de color salpimentado de su clásico peinado de raya al lado—. Pero todas estas cosas no nos acercan a las nuevas instalaciones de los Siervos de Suty. Tienen que haberse ido a alguna parte. Y se me están agotando los recursos… Tenemos que recuperar lo que nos pertenece. Lo que aún se llevaron —recalcó, hablando iracundo entre dientes.

—Dentro de poco, estoy seguro.

NOÉ: Por lo menos tenemos que intentar no llamar la atención en nuestro día a día. Yo antes me llevaba muy mal con mi casero y por culpa de eso nos descubrió el otro pazguato. El día que trasladamos todo el material para esta operación, le dejé entrar para que viera que no oculto nada.

—¿A Efrén Martínez?

NOÉ: ¡No! —le dijo dándole un cachete en la calva. Sabía que era diez veces más fuerte que él, pero también sabía que lo tenía dominado—. Me refiero a mi casero, David. Ahora nos llevamos de maravilla y así me evito problemas.

—¿Cómo va tu arma secreta? Si puede saberse…

Noé lo miró desdeñoso, advirtiendo que la pregunta había sido un poco inoportuna, pero quiso contestarle.

NOÉ: Tenemos suerte de tenerla —se retorcía su canoso bigote—. El Consejo me permitió quedármela por conseguir a los otros, y si no fuera por ella, ahora mismo no tendría esperanzas de encontrar a esas ratas de los SS.

El hombretón seguía conduciendo, aunque muy atento a lo que le decía.

NOÉ: He sido pionero en entrenarla. Hacía siglos que no se hacía. Antes incluso los entrenaban para ser telequinéticos. Imagínate que arma tan poderosa podría ser. Pero ahora no se puede por lo que tú ya sabes… Israel estaría orgulloso de mí.

—Ya hace más de un año, ¿no?

Noé, que normalmente no permitiría ese tipo de preguntas personales, se ablandó al recordar al que pudo haber sido el amor de su vida.

NOÉ: Sí. Y no me acuerdo de él todo lo que debiera…

Por fin llegaron a la casa de Noé, aparcaron la furgoneta en la parte trasera y entre ambos sacaron al secuestrado maniatado.

NOÉ: Eliseo, quédate aquí mientras voy a por ella —le mandó, y él obedeció.

Se dirigió a una habitación que tenía muchas cerraduras y pestillos y las fue abriendo una a una. Cuando terminó, abrió la puerta y ante él apareció una niña, que tendría unos ocho años, y que llevaba una muñeca pordiosera y sucia en las manos. La habitación por dentro disponía de las comodidades básicas, aun siendo muy simple. La niña fue a salir del cuarto como si supiese perfectamente qué iba a hacer. Tenía un aspecto saludable, sin embargo, algunos pequeños moratones en la cara y en las piernas asustaron un poco a Eliseo cuando la vio por primera vez.

NOÉ: Es hora de entrenar. Ya sabes dónde tienes que ir.

La niña asintió muy seria y se dirigió sin vacilar a otra habitación de la casa, donde al abrir la puerta encontró al hombre que se habían llevado de la mascletà. A la niña no pareció impresionarle que estuviera atado a una silla y amordazado. Al quitarle la mordaza Noé, preguntó y suplicó que no le hicieran daño.

NOÉ: Adelante, Leocadia. Hazlo. Y esta vez más te vale que lo hagas bien.

Eliseo presenciaba la escena desde la puerta mientras Noé cogía la cabeza del hombre para que no forcejeara. La niña se puso delante del hombre mirándolo y le preguntó muy fríamente, casi dándole una orden.

—¿Cómo te llamas?

—Tomás —le salió de la boca y él mismo se sorprendía de haberlo dicho.

—Tomás qué más —inquirió la siniestra niña.

—Tomás Sánchez Mora —parecía que decía casi en trance.

Noé sonreía mientras comprobaba que su nombre coincidía con el que llevaba en su DNI y le echó una mirada cómplice a Eliseo.

—Funciona —sonreía satisfecho y fascinado Eliseo.

—¡¿Pero qué me estáis haciendo?! —preguntó nervioso el rehén al ver que no tenía control sobre lo que decía.

NOÉ: Ahora el PIN —le ordenó a la niña enseñándole una tarjeta de crédito que había sacado de la cartera también.

—Dime tu número secreto de esa tarjeta.

El maniatado la miró frustrado e hizo un esfuerzo por no abrir la boca. Se mordió la lengua para no contestar, pero sus labios ya se estaban moviendo solos, proporcionándoles los números que necesitaban oír sus raptores.

Una vez Noé hubo comprobado con el ordenador y el acceso a su cuenta bancaria mediante internet que el número era correcto, volvió a la habitación, contento.

NOÉ: Encárgate de él —le mandó a Eliseo—. Y tú —se dirigía a la niña mientras salían del cuarto y se oyó un tiro disparado con un silenciador—, buen trabajo. Después de un año de entrenamiento, por fin ha dado resultado. Hoy no necesitas escarmiento, así que vuelve a tu habitación. Ahora te llevo tu bandeja con la cena.

—¿Cuándo podré salir del cuarto? —preguntó Leocadia ante la dura mirada de Noé—. Son Fallas y se oyen petardos por todas partes. Cuando eran Fallas mi madre y yo tirábamos petardos…

NOÉ: Verás, Leo —se puso de cuclillas para mirarla a la cara y le contestó amablemente—. Tú eres como una joya muy preciada. Si la gente descubriese lo que eres capaz de hacer y que te tengo aquí, todo el mundo querría tenerte. Y entonces correrías un grave peligro.

—Yo no se lo diré a nadie. Lo prometo —suplicó la niña.

Antes de que acabara de hablar, a Noé se le acabó esa poca paciencia de la que disponía y le cruzó la cara. Ella, en vez de venirse abajo, parecía acostumbrada a ese trato y solo se puso la mano sobre la mejilla.

NOÉ: Al final te he tenido que pegar. Bastante es con que me haya ocupado de ti desde que murió tu madre el día de las explosiones.

—La tenías que haber salvado a ella también de esos hombres malos que nos atacaron —dijo en voz baja y más sumisa.

NOÉ: Por lo menos te salvamos a ti —puso un tono afable de nuevo—. Y da gracias que dio la casualidad de que pasábamos por allí. Intentamos salvar a tu madre, pero no pudo ser.

—Vale… papá.

NOÉ: ¡No soy tu padre! —encolerizó de repente—. ¡No soy tu padre! ¡Te dije que solo fui tu simiente! Ni siquiera conocía a tu madre. ¡A tu cuarto! —le dijo cogiéndola del brazo. La metió dentro y cerró los cerrojos—. ¡Hoy te quedas sin cenar!




Al día siguiente Noé fue a la sede del Consejo, ya que una importante votación estaba llevándose a cabo. Era un lugar bastante recóndito que se encontraba en la frontera entre Albacete y Valencia. Se trataba de un edificio que formaba parte de un pequeño poblado abandonado, que en su tiempo tuvo el fin de albergar a los trabajadores que construyeron una presa hidrológica. Un refugio perfecto por donde nadie pasaba hoy en día. Estaba cerca de un río y para bajar desde arriba de la montaña la carretera era estrecha y estaba en malas condiciones. Noé conocía el camino por haber estado antes. No obstante, tuvo mucho cuidado al conducir por aquellos estrechos carriles de doble sentido. Al acabar la carretera, todavía tenía que hacer un buen tramo a pie.

Una vez allí se produjo la votación en privado y él esperó en una sala contigua. Al acabar, la madre de Osi, Epifanía, le informó que había sido elegido para formar parte del Consejo de los Discípulos de Asir, la máxima autoridad dentro de la secta.

—Bienvenido y enhorabuena —le dijo cogiéndole las dos manos—. Ha sido una votación apretada. No todo el mundo quería que vosotros los terroristas pasarais a tomar parte de las importantes decisiones, aunque yo por mi parte, creo que ya era hora de que alguien pasara a la acción.

NOÉ: Muchas gracias, Epifanía —le devolvió el apretón de ambas manos, y al tocarle un poco el brazo notó sus cicatrices de quemaduras. Epifanía se soltó y se bajó la manga deprisa—. Siendo tú uno de los miembros más antiguos del Consejo, me honra que me des la bienvenida.

—A partir de ahora puedes entrar en las instalaciones libremente. Aquí tienes tu pase —le entregó una tarjeta de seguridad—. Pero recuerda que solo funciona si la usas a la vez junto a otra tarjeta de otro miembro. No puedes entrar tú solo. Ya sabes, medidas de seguridad para que nadie tome decisiones por su cuenta.

Ese tipo de restricciones le molestaban un poco a Noé. No obstante, lo tenía que aceptar. Ella se dio la vuelta para marcharse, pero conforme se iba se giró otra vez.

—Ah, y enhorabuena por la operación de ayer. Un lugar muy bien escogido para poner explosivos. Seguro que esos procreadores no se lo esperaban…




Al día siguiente, en la televisión, todavía seguían conmocionados por el atentado.

«La policía sigue investigando el paradero de la banda terrorista heterófoba que ocasionó cuarenta y dos muertos en la mascletà. Apenas se sabe nada de este grupo radical, ya que son muy cuidadosos. Tampoco se han puesto nombre ni han manifestado exigencias. Por lo que se sabe, sus objetivos siempre están relacionados con personas del colectivo heterosexual, por lo que los medios de comunicación los han bautizado como los terroristas heterófobos.

Pasando finalmente a nombrar la lista de desaparecidos con sus fotos correspondientes…»

Efrén apagó la televisión desde el salón de su casa. Se sentía culpable, porque él sabía quién era el responsable y no estaba haciendo nada al respecto. Se sacó la amenaza de Noé del bolsillo y la volvió a leer: “Si vas a la policía o se lo cuentas a alguien, tu marido y tu hijo están muertos. Sabes a lo que me refiero. Disfruta de la Renovación. Puede ser tu última. Ya sabes quién soy.”  Sintió el mismo miedo que le recorría todo el cuerpo cada vez que la leía, pero por culpa de tener que ocultar lo que vio, su matrimonio se había convertido en un infierno. Se levantó decidido del sofá, dejó la nota dentro del diario donde había escrito todo lo que había averiguado sobre los DA, y antes de ir a comisaría a confesarlo todo, dejó una nota para Zac, diciéndole que tenían que hablar y que cuando volviera le tenía que contar una cosa que le había estado ocultando y que era importante.

Después de prestar declaración en la comisaría, Efrén se sintió como nuevo. Sabía que estaba haciendo lo correcto, pero seguía sintiendo el poder de coacción de Noé a cada movimiento sospechoso de cualquier persona por la calle. A esas horas de la noche no había casi nadie. Solo se oían petardos lejanos, ya que en Fallas es habitual. Antes de subirse al coche se le ocurrió mirar debajo, por si le habían puesto una bomba. Al agacharse, un estruendo que provenía del otro lado del coche le hizo pegar un salto. Dos niños habían tirado un petardo y se iban corriendo y riéndose. Cuando se levantó le entró una risa nerviosa.

EFRÉN: Efrén, ves muchas películas —pensó para sí mismo—. Quizás estuviera exagerando.

Se montó al coche y se dirigió a casa. En la calle se respiraba ambiente de fiesta. Según por donde pasara, había verbenas repletas de gente, y otras calles estaban llenas de falleros borrachos tirando petardos o bailando al son de cualquier música cercana. De repente, el sonido de que le había llegado un SMS rompió su aparente estado de quietud.

“Soy Noé. Sabemos lo que has hecho. Te lo advertí. Tenemos a tu hermano Romeo como rehén. Acude a este punto”.

Las pulsaciones las notaba hasta en las sienes, pero tenía que seguir conduciendo. De un volantazo cambió de dirección bruscamente y se fue hacia las afueras de la ciudad. El sitio indicado en el mapa estaba apartado de toda civilización. Ni se había planteado qué ocurriría cuando llegase allí, pero estaba dispuesto a dar su vida por la de su hermano.

Circulando ya por la carretera que accedía al lugar señalado, notó en las malas condiciones que estaba. Con la oscuridad que había y la escasa iluminación era muy peligroso…

¡Bum!

El cinturón de seguridad evitó que se golpeara la cabeza con el volante del impacto que le habían propinado por detrás. De la nada apareció un coche gris que le estaba empujando violentamente. Fue entonces cuando se percató de que un barranco se abría a su derecha. Sin dejar de conducir, intentó arrimarse a la izquierda, pero el otro vehículo fue más rápido y al posicionarse a su lado lo empujó hacia el precipicio. La rueda trasera derecha del coche de Efrén se salió de la carretera, no obstante logró subirse de nuevo al seguir acelerando y consiguió dejar el otro coche atrás. Sin embargo, lo seguía muy de cerca y continuaba colisionando con él, aunque ya no lo podía empujar hacia el barranco. Hundió su pie sobre el pedal del acelerador, pero la carretera se bifurcaba en ese punto y con un giro hábil de volante se desvió por un camino de tierra. El otro automóvil derrapó para evitar estamparse contra un árbol en medio de la bifurcación y giró hacia el otro lado. Efrén seguía conduciendo y respiró tranquilo al haberlo perdido de vista, aunque el camino empezó a estrecharse. Había más y más baches y tremendos agujeros. No se había planteado a dónde llevaría aquel recorrido. Los árboles a ambos lados le tapaban la visión periférica, y al ver un claro a su izquierda apareció de repente el coche gris, que iba a su misma velocidad, paralelo a él, por otro camino muy cercano. Cuando volvió a mirar al frente su camino se había acabado. El otro conductor frenó de golpe y sus reflejos hicieron lo mismo, pero no pudo detener el coche y se metió en pleno monte descendiente. Esquivando árboles tan rápido como podía bajando la pendiente a toda velocidad, la montaña se acabó también, dando paso al barranco, que estaba a unos metros de desnivel. Sintió volar y fue como si el tiempo se hubiese ralentizado durante unos instantes. Sintió paz. Luego colisionó contra el suelo y dio un par de vueltas de campana antes de chocar contra una especie de antena gigante. Fue cuando todo se tornó negro.


Próximo episodio: lunes, 16 de abril de 2012 a las 21:00.

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